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REINO COPTO DE FUNJ

1065 - 1069

1065 - 1069

Gobierno : Bartolomé I

Objetivo : Consolidar el reino

La prematura muerte de Bartolomé II, convirtió a su hermano Tomas en heredero del Reino. Bartolomé III, hijo de Bartolomé II fue nombrado príncipe a petición de su tío, quien lo quería como si fuese hijo suyo.
El rey de Funj había ordenado la construcción de una carretera que uniese las ciudades de Aksum y Adefa, y fue la misión ideal para el joven príncipe, que simplemente hubo de supervisar las obras ya contratadas por su abuelo.

Mientras tanto, Tomas, acudió a Kordofan con el general Bernabé, y juntos lograron acordar que las caravanas y tropas de Funj recorriesen libremente la provincia, a cambio de respetar su independencia. Otro tanto lograron también en la región de Enedi y en el oasis de Ayn-Al-Ghazal, logrando de esta manera establecer una ruta a través del desierto con el lejano califato de Córdoba, y el emirato de Túnez.

La ciudad de Fadela, que centralizaba casi todo el comercio del reino, fue ampliada, para que pudiese albergar un puerto aun mayor, y por todo el reino se hacia notar el esplendor de Funj con obras publicas y mejoras de toda índole.

Nada de lo que había sucedido antes en Funj pudo sin embargo preparar al rey para lo que sucedió cuando Pedro, un sacerdote Copto que había pasado mucho tiempo predicando entre los salvajes que rodeaban el reino, regreso a Aksum para descansar de sus arduos viajes.

Durante los últimos 20 años, Jeremías, uno de los escribanos de la corte, había relatado los viajes de Pedro a partir de sus cartas, pero exagerando algunos detalles, y convirtiendo a Pedro en un glorioso siervo de Dios. Los textos de Jeremías habían sido distribuidos entre los súbditos del reino por orden de Bartolomé I, como una forma de lograr una mayor estabilidad por medio de la religión. Y habían sin duda logrado su éxito. Pedro se había convertido en el ejemplo de buen cristiano que seguían decenas de miles de ciudadanos en todo el reino.

Nadie se planteo entonces que ocurriría cuando Pedro volviese, quizá porque la esperanza de vida de un misionero en las salvajes tierras que rodeaban el reino era casi inexistente, pero Pedro había recorrido aquellas tierras y había sobrevivido a nativos, enfermedades y todo tipo de males que azotaban a los viajeros.

De camino hacia Aksum el misionero comenzó a ver como muchos feligreses se le acercaban y pedían su bendición. Algunos incluso pedían que les permitiese acompañarle en su regreso a la capital del reino, y Pedro por supuesto no se negó. Imagino que aquella gente simplemente se sorprendía al ver a un sacerdote que retornaba de las tierras salvajes, y no le dio demasiada importancia, pero pronto los feligreses se iban multiplicando, y de una decena de acompañantes paso a un centenar, y mas tarde a mas de un millar.

Cuando Pedro arribo finalmente a su destino, una ingente masa de seguidores le acompañaban, y aun mas, todos los habitantes de la ciudad salieron a la calle a verle pasar. Ante tal expectación, Bartolomé I interrumpió sus quehaceres para recibir a Pedro, no por que lo considerase una personalidad, sino para mantener la ilusión del pueblo.

El propio rey de Funj celebro una ceremonia de bienvenida dando las gracias al estupefacto misionero por su sacrificio y su esfuerzo. Se cantaron himnos e incluso se pidió al sacerdote que oficiase una misa pública, a lo que este no pudo negarse. Lo que el misionero dijo en aquella misa se perdió en el olvido, pero la reacción del populacho ante sus palabras fue estruendosa entre aplausos y gritos de júbilo. Poco tuvo que ver la reacción del pueblo con las palabras del religioso, pero no obstante un sentimiento de orgullo comenzó a brotar en el interior del corazón del hombre.

Tras el acto, el misionero fue llevado a Palacio tras una audiencia privada con el rey hubo de contar sus ultimas aventuras a toda la corte. Pedro no defraudo a su público, ya que Bartolomé I explico al hombre que es lo que causaba tanto revuelo, y él, lejos de sentirse dolido, entendió que su popularidad podía utilizarse para mayor gloria de dios, aunque decidió no compartir sus planes con su rey.

Tras dos días de reposo, y sin consultar aun con sus superiores en la orden, Pedro se dirigió a la plaza central de Aksum, y expreso sus deseos de crear un inmenso templo que constituyese un lugar para la oración como nunca antes se había visto en aquellas latitudes. Dicho esto, Pedro acudió a una explanada a las afueras de la ciudad, y simbólicamente recogió varias piedras que coloco a modo de altar. Tal era la devoción de los feligreses hacia Pedro, que pronto cientos de jóvenes y adultos empezaron a acampar en el lugar designado, y comenzaron la construcción.

Miles de ciudadanos acudían todos los días a la región, y muchos incluso vivían allí. Tal fue el entusiasmo que en pocos meses se había habilitado ya una sección donde el buen Pedro daba sus sermones a los millares de devotos que acudían.

Esta creciente popularidad, no gusto a los altos cargos religiosos ni a los burócratas reales, que veían como aquel individuo se hacia mas y mas poderoso. Por esta razón Bartolomé I convoco por primera vez en su vida un concilio para tratar el asunto, y el propio Pedro fue invitado.

La intención del rey era poner en su lugar al misionero por medio de su influencia sobre sus superiores jerárquicos, pero Pedro se sabia suficientemente fuerte como para desoír a cualquiera que intentase dictar su camino, y finalmente obligo al propio Bartolomé I a decretar como resultado de aquel concilio que toda la jerarquía eclesiástica pasaría a estar bajo la autoridad suprema de Pedro.

Sin duda fue un chantaje al rey como nunca antes había ocurrido, pero este, que incluso dentro de su familia encontraba partidarios del sacerdote, no pudo sino aceptar, para evitar que los acontecimientos se torciesen aun más.

El Padre Pedro I, como se hizo llamar a partir de entonces, se constituyo así en jefe de la Iglesia Copta Cristiana, separando así el poder religioso del poder político. En apenas cinco años, paso de misionero, a líder espiritual.

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